
Ortega y Gasset escribió hace un siglo en La rebelión de las masas que “se ha apoderado de la dirección social un tipo de hombre a quien no interesan los principios de la civilización”. Nada puede definir mejor a Donald Trump como estas palabras que vieron la luz en el diario El Sol, antes de convertirse en libro. Nada hay nuevo bajo el sol y locos de atar que acaban en lo más alto los ha habido siempre, antes de despeñarse por los abismos de la historia. Hoy, 2 de abril, es una fecha señalada en el calendario trumpista: es “el día de la liberación”. El sheriff (así lo definió Vance) considera que las decenas de decretos con firma para miopes que ha promulgado permitirán que el comercio mundial se reequilibre, al subir los aranceles a sus socios comerciales. Canadá, México, la UE, China, India y otros países están en el punto de mira de la Administración estadounidense.

Trump se va a la guerra comercial como un joven recluta ilusionado en que le pongan una medalla al valor. Es lógico que le haga ilusión participar de este clima bélico, aunque evitó hasta cinco veces el servicio militar por el temor de que le enviaran a Vietnam. Los analistas piensan que la inflación se va a disparar de nuevo en EE.UU., por más que el presidente insista en que confíen en él, pero la realidad es que el 52% de los ciudadanos desaprueba su política económica y un 64% piensa que no está dedicando suficiente tiempo a luchar contra la inflación y el alza de precios, según una encuesta de la CBS.
Trump, que evitó cinco veces el servicio militar, se va a la guerra (comercial)
El presidente se siente empoderado, viendo el planeta temeroso ante sus decisiones. Sin embargo, el Dow Jones y el Nasdaq caen, el primer trimestre ha sido malo y las cifras de empleo no invitan a la euforia. El senador demócrata por Virginia Mark Warner ha declarado en Fox News que la bolsa se desploma porque piensa que los aranceles son estúpidos, antes de recordar que decisiones parecidas condujeron a la Gran Depresión.
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Pero Trump no cambiará de opinión. Podría cantar como Serrat “hoy puede ser un gran día, duro con él”. Está convencido de que su plan es infalible. A un narcisista le importan un pimiento los principios de la civilización. Y así estamos, viendo como los marcianos dominan la Tierra.