
El oro y el vino son dioses de nuestro tiempo pero la fuerza de ambos para corromper debe ser muy grande porque gracias a los aranceles de Trump se ha vengado del vino. Pero no ha logrado apagar el brillo del oro que majestuosamente se ilumina como cuando los vaqueros y buscadores fueron los caballeros andantes y el oro su vellocino. El metal dorado sube como nunca: supera los 3200 dólares cada onza, mientras el dólar pierde valor en las operaciones asiáticas. El oro está en sus máximos históricos.
Los chinos y los bancos centrales compran barrotes. Se desea y circula porque tiene valor mientras el papel moneda tiene valor porque circula. La cuarta parte del oro que se extrajo está en los bancos. Según Shakespeare es “la puta dorada que enloquece a los pueblos”. Dice que ese amarillo esclavo quebranta religiones y sienta a a los ladrones en los asientos de los senadores. A los españoles les enloqueció Potosí . Colón escribe la palaba oro 139 veces. Neruda ajusta las cuentas a los conquistadores que atravesaron las cordilleras para buscarlo y reconoce que a cambio dejaron los vocablos mas bellos de la legua castellana.
La adoración del oro llegó a Isaac Newton, que intentó trasmutar el metal. La gente piensa que es una moneda y lo demás es crédito. Según Quevedo nacía en las Indias honrado y era en Génova enterrado.
De la venganza de Trump contra Europa la peor es la del vino que afectará a la exportación por más de 400 millones de euros. Será un golpe a las bodegas españolas. Seguiremos solos con nuestros porrones porque para para muchos ciudadanos de Europa nuestro tesoro es el vino y nuestro palacio la taberna.
Viva el vino