
En Estados Unidos se conoce como “regla Goldwater”, en honor al senador y candidato republicano del mismo apellido, al requerimiento ético de no especular sobre las características psicológicas de los líderes. Uno no debe decir que el político X es un narcisista, un psicópata o un maquiavélico, o todo a la vez, sin haberlo sometido primero a las pruebas científicas correspondientes, cosa que nunca sucede.
La regla Goldwater, sin embargo, rara vez se observa. Y hace meses que mucha gente hace porras sobre cuánto tiempo convivirían los egos desmesurados de Donald Trump y Elon Musk. Quienes apostaron a la baja han ganado. Contando desde las elecciones del pasado noviembre, Trump y Musk han aguantado su vistosa relación un total de siete meses. Su alianza está muerta. Y toca hacerle la autopsia.
Se acabó el idilio entre Trump y Elon Musk
“Sin mí, Donald Trump habría perdido las elecciones“, tuiteó Musk ayer en la red social de su propiedad, X. “¿Es el momento de crear un partido político nuevo en América que realmente represente al 80% [de la gente] que está en el medio?”, preguntó en otro tuit, acompañado de una encuesta.
Trump respondió que Musk se había vuelto “loco” y amenazó con atestarle un golpe mortal en el bolsillo. “La manera más fácil de ahorrar dinero en nuestro presupuesto, miles y miles de millones de dólares, es finalizar los subsidios y contratos gubernamentales de Elon. ¡Siempre me sorprendió que Biden no lo hiciera!”.
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Europa Press
“Momento de lanzar una bomba realmente grande“, respondió, a su vez, Musk. “Donald Trump está en los Archivos de Epstein [en referencia al magnate y demostrado pedófilo, Jeffrey Epstein, que aparentemente se suicidó en prisión en 2019]. Esta es la verdadera razón por la que estos no se han hecho públicos”.
Los últimos comentarios de Musk son la culminación de varios días de gruñidos y alusiones con un deje de descontento a su breve paso por el ejecutivo, que finalmente han cristalizado en la oposición de Musk a la ley presupuestaria de Trump. Una ley que, según diferentes estimaciones de grupos apartidistas, podría añadir a la deuda nacional entre 2,4 y 4 billones de dólares en la próxima década. Un récord y un incumplimiento de la promesa de campaña de reducir el déficit. Su oposición a la ley fue creciendo en agresividad y ha acabado atacando directamente a los republicanos.
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María V. Paúl
¿Qué ha pasado, entonces? Nadie lo sabe con exactitud, pero hay algunas pistas. La primera es que dentro del Gobierno de Trump, como pasa con todos los gobiernos, hay facciones. Y muchos de los ministros habían expresado su descontento con Musk, dado que este, armado con la iniciativa DOGE, acrónimo de Departamento de Eficiencia Gubernamental, ha ido metiendo mano en las respectivas taifas.
Los ministros han ido elevando sus críticas a la jefa de gabinete, Susie Wiles, y el peso de esta facción mayoritaria habría ganado el pulso. Habría que sumar el hecho de que el cargo extraoficial de Musk tenía una fecha de caducidad de 130 días. Pero su salida no ha terminado siendo amigable.
Un ejemplo de estas enemistades lo ha dado Marc Caputo, reportero de Axios en la Casa Blanca. Dice Caputo que el secretario del Tesoro, Scott Bessent, tuvo una pelea a gritos con Musk, a quien habría espetado: “Eres un fraude. Prometiste dos billones de dólares en recortes. Luego 500.000 millones. Ahora 150.000 millones”. Los medios habían informado previamente de otros encontronazos, como con el secretario de Estado, Marco Rubio. Los congresistas republicanos también habían contactado con Susie Wiles en privado para pedirle que por favor controlase a Musk.
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EFE
Pero, casi más importante, es ¿qué hacía realmente Musk en el Gobierno? Sus simpatizantes se escudan en las palabras “eficiencia”, “transparencia” y “ahorro”, que provocan emociones positivas en cualquier ciudadano de EEUU. Lo que pasa es que sus acciones al frente de DOGE no parecen encajar con estos conceptos.
Si DOGE quisiera realmente reformar, modernizar y mejorar la gestión del Estado, habría definido primero una especie de plan: una serie de prioridades, de medidas, de objetivos específicos. Habría contratado a los contables forenses adecuados, habría cotejado estrategias con las personas que conocen las diferentes agencias, algunas de ellas formadas por decenas de miles de profesionales de la más variada especialización. Y lo habría hecho con, una vez más, “transparencia”.
En lugar de ello, DOGE se comportó, en palabras de la periodista Anne Applebaum, como un “ejército de ocupación“. Sus miembros se presentaban de improviso en las diferentes agencias, muchas veces sin identificarse, a pedir cuentas a los asustados funcionarios y muchas veces, directamente, a despedirlos en el acto.
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EFE
Despedir a los empleados públicos, o “traumatizarlos”, como prometió Russell Vought, una de las eminencias grises del Gobierno de Trump, manda un mensaje populista persuasivo: el éxito de Trump se debe a la capitalización del odio de parte de la gente hacia el “sistema”, y nadie encarna mejor al sistema que los empleados públicos.
A efectos prácticos, como indicaba el profesor de Boston College R. Shep Melnick en Quillette, despedir a funcionarios no tiene mucho sentido. Si acabaran en la calle el 100%, todos y cada uno de los empleados federales de EEUU, el gasto federal se reduciría apenas un 6,6%. Pero el Gobierno dejaría de existir. El despido o la marcha forzada de más de 100.000 funcionarios en tres meses puede ralentizar servicios como la Seguridad Social, el cobro de impuestos o la vigilancia del arsenal nuclear.
Los resultados de DOGE también arrojan dudas sobre lo de la eficiencia. Musk dice que le ha ahorrado al erario 175.000 millones de dólares, pero menos de la mitad de la mitad de esta cantidad, según el especialista, está justificada. El grupo apartidista PSP ha calculado que DOGE puede haber costado dinero: 135.000 millones de dólares.
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M. Mcloughlin
La misión verdadera de Musk, más allá de brutalizar un Estado que los tecnolibertarios de Silicon Valley suelen considerar como principal freno a sus ambiciones, puede haber sido hacerse con los datos personales de decenas de millones de ciudadanos americanos. Una de las primeras cosas que hicieron sus enviados, en el Departamento del Tesoro, fue tratar de acceder a su base de datos, donde está casi todo lo que se necesita saber sobre la salud financiera de cada uno de los estadounidenses.
Un acopio de información semejante puede resultar útil para las empresas tecnológicas como las que dirige Musk y para desarrollar los nuevos modelos de Inteligencia Artificial. Esta hipótesis se ve reforzada si miramos a los responsables de DOGE: una miscelánea de gente de las empresas de Musk, como Steve Davies; de las empresas del milmillonario libertario Peter Thiel y de jóvenes de entre 19 y 25 años leales a Musk, como Edward Coristine, Luke Farritor y Ethan Shaotran.
Otro factor destacable es que el salto de Musk a la política, en el rol de mecenas y de una especie de valido de Trump, ha degradado sus activos empresariales, sobre todo Tesla. La oposición progresista ha hecho una campaña contra la marca de coches elécritos, que ha visto cómo su valor bursátil y sus ventas se desfondaban estos meses. Las entregas en Alemania, por ejemplo, se desplomaron un tercio interanual en mayo. Lo cual contrasta con el aumento en las ventas generales de coches eléctricos. La marcha del Gobierno permitirá a Musk volver a centrarse en sus corporaciones.
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A. S. EFE
Por último, caminando de puntillas por encima de la regla Goldwater, está el factor personal. Las personas que mejor conocen a Elon Musk, como su examigo el divulgador Sam Harris, suelen apuntar que hay un Musk anterior y posterior a la pandemia, y anterior y posterior a su adicción a Twitter. Y a las drogas.
Un reportaje de The New York Times concretaba recientemente algo que el propio Musk había reconocido en ocasiones: su consumo de ketamina. Y, según la investigación del diario, de otras drogas, como el éxtasis, las setas alucinógenas y las numerosas pastillas que se lleva en una caja allí donde va. Su vida personal también es objeto de interés. Musk tiene 14 hijos de cuatro mujeres distintas. Que se sepa.
El genio torpón, como él mismo ha dicho, en el espectro de autismo, que utiliza su particular creatividad y su voluntad de acero para combatir el cambio climático y, posiblemente, “colonizar Marte“, se habría pasado al lado oscuro de una manera shakespeariana: las grandes dotes siempre tienen un doble filo, y Musk habría sido devorado por el éxito. Habría pensado que la política es como Silicon Valley, un lugar donde el dinero y el ingenio pueden hacer grandes cosas, y simplemente se habría cruzado con resistencias, puñales, envidias, la opinión pública y la figura de Trump.
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“Quienes pensaron que sacarían algo a Trump han acabado mal”, nos decía el periodista Stephen Marche en una entrevista celebrada a finales de abril. “Elon Musk ha perdido buena parte de su fortuna en estos 100 días. Ha pasado de ser una figura muy interesante, que incluso fue considerado un héroe ambientalista por los coches eléctricos, a ser un villano. Mientras tanto, su reputación como innovador está destruida. Intentó innovar en el gobierno. Y ahora nadie volverá a tomarse en serio a ningún tecnócrata en cuestiones de gobierno por su culpa. Hay personas que piensan que serán capaces de cabalgar al dragón y acaban siendo quemadas”.
En el momento de entregar este texto, que seguramente ya se habrá quedado antiguo, Musk había pedido un impeachment a Donald Trump y su reemplazo por el vicepresidente, JD Vance. Como diría el presidente de EEUU, “es buena televisión”.