
Pocos lugares en el mapa concentran tanto poder simbólico y misticismo geopolítico como el estrecho de Ormuz. Medio planeta ha oído hablar de él, aunque pocos sabrían situarlo con precisión entre el golfo Pérsico y el de Omán. No es especialmente largo, ni estrecho, ni está completamente bajo control iraní. Pero basta con que el régimen de los ayatolás insinúe que podría cerrarlo y todo parece saltar por los aires: los medios entran en modo pánico, los teléfonos de los analistas energéticos no paran de sonar y los precios del petróleo se vuelven una montaña rusa.
El pasado domingo, después de que Estados Unidos bombardease tres instalaciones nucleares iraníes, el Parlamento iraní votó a favor de cerrar el estrecho de Ormuz “de forma inmediata y hasta nuevo aviso”. Una declaración oficial, firmada por el poder legislativo, en el momento de máxima tensión militar en décadas en Oriente Medio. Uno habría de esperar que, dadas las circunstancias históricas, este lunes ocurriera un apocalipsis en los mercados. Y, sin embargo, los precios globales del petróleo en un inicio ni se cantearon y, cuando Irán respondió en la tarde con ataques contra bases de EEUU en Qatar e Irak, colapsaron más de un 5%.
¿El motivo? Que pese a los aspavientos iraníes, pocos creen que el régimen esté dispuesto —o siquiera en condiciones— de ejecutar esa amenaza. A falta de armas atómicas, cerrar el estrecho de Ormuz es lo más parecido que Teherán tiene a un botón nuclear: una decisión drástica cuyo uso implicaría un suicidio estratégico. Irán lo ha insinuado múltiples veces en la última década y nunca ha pasado del amague. Ni siquiera en los momentos más álgidos, como tras el asesinato de Qasem Soleimani en 2020, se atrevió a dañar seriamente la arteria por donde fluye no solo el 20% del petróleo que se consume a nivel global, sino también el suyo propio.
Aunque nada puede descartarse del todo en un futuro si el régimen islámico llega a percibir que su propia supervivencia está en juego, hay al menos cinco razones de peso por las que, incluso en su momento más delicado en décadas, Irán no se ha atrevido a cruzar esa línea.
1: Demasiada leña al fuego
Cerrar el estrecho de Ormuz equivaldría, en términos estratégicos, a una declaración de guerra. No solo contra Estados Unidos —que mantiene su Quinta Flota a pocos minutos de navegación desde Baréin—, sino también contra buena parte de la economía internacional que depende del libre tránsito por esa vía. Si la amenaza se ejecutara, la respuesta no tardaría en llegar, probablemente mediante una ofensiva naval y aérea a gran escala contra las bases militares, puertos e infraestructuras costeras del sur de Irán.
Teherán no está en condiciones de sostener un conflicto convencional sostenido con Estados Unidos. Su estrategia de defensa no pasa por enfrentarse cara a cara, sino por obtener ventajas asimétricas mediante operaciones encubiertas, ataques indirectos o guerras proxy. Y bajo una presidencia como la de Donald Trump, un hombre que ha demostrado tanto su predisposición a atacar Irán como su obsesión con los precios del petróleo, no hay mejor invitación a escalar el conflicto que bloquear la principal arteria energética del planeta.
EVERYONE, KEEP OIL PRICES DOWN. I’M WATCHING! YOU’RE PLAYING RIGHT INTO THE HANDS OF THE ENEMY. DON’T DO IT!
— Trump Posts on 𝕏 (@trump_repost) June 23, 2025
Además, ejecutar tal cierre no sería fácil. El factor sorpresa está completamente descartado porque Ormuz es una de las zonas más vigiladas del planeta. Con la Quinta Flota desplegada permanentemente en la región, buques de guerra, drones y aeronaves estadounidenses monitorean la zona las 24 horas del día. Cualquier intento de minar la zona, desplegar lanchas rápidas o preparar una ofensiva sería detectado de inmediato y, posiblemente, neutralizado antes de que pudiera completarse.
2. La presión de China
Aunque el cierre del estrecho tendría repercusiones globales, no todos sufrirían por igual. La potencia más afectada sería, sin duda, China, que recibe cerca del 50% de su petróleo a través de Ormuz. Pekín es, además, el principal socio comercial de Irán y el destino final de alrededor del 90% de sus exportaciones energéticas, ya sea por vías legítimas o mediante flotas fantasmas de buques que esquivan las sanciones internacionales contra el régimen de los ayatolás.
Shutting down the Strait of Hormuz would be a major problem for China – 38% of oil traveling through the strait goes to China, while only 3% comes to the US. pic.twitter.com/6CBw1aJURg
— Steven Rattner (@SteveRattner) June 23, 2025
Irán sabe que cerrar Ormuz implicaría un golpe mayúsculo a la economía de su mejor cliente. Y aunque es probable que Pekín no reaccione de forma tan virulenta como Estados Unidos, tiene otras formas más discretas de expresar su descontento: ralentizar pagos, reducir compras, congelar proyectos de infraestructura… Y en este momento de aislamiento internacional, en el que ningún Gobierno parece dispuesto a tender una mano a Teherán y las milicias proiraníes parecen haber perdido su factor disuasorio, lo último que puede permitirse la República Islámica es un nuevo enemigo.
El impacto no se limitaría a China. Otras grandes economías asiáticas como India, Japón o Corea del Sur también dependen del crudo que cruza a diario por Ormuz, por no hablar del golpe que supondría para los países productores del Golfo, con los que ha mejorado sus relaciones diplomáticas en los últimos años. “Irán tiene poco que ganar y demasiado que perder”, resumía a la BBC la analista Vandana Hari. “Se arriesga a enfadar a sus socios del Golfo y provocar la ira de su principal cliente, China, si interrumpe el tráfico en el estrecho”.
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Lucas Proto
3. Un tiro en el pie
A eso se suma que el primer damnificado de la medida sería el propio régimen iraní. Casi todo su crudo —más de 2,2 millones de barriles diarios, según Kpler— sale por el mismo estrecho que dice querer bloquear. El petróleo representa entre el 40% y el 60% de los ingresos totales del Estado y más del 35% de su presupuesto. Cerrar Ormuz supondría cortar su principal fuente de divisas y poner en jaque las importaciones esenciales —como alimentos y otros productos de primera necesidad— que también transitan por esa ruta.
A diferencia de sus vecinos, Irán no tiene alternativas. Arabia Saudí puede desviar hasta cinco millones de barriles diarios al mar Rojo y Emiratos Árabes Unidos puede exportar el 75% de su crudo a través del puerto de Fujairah, que esquiva el estrecho. Teherán, en cambio, carece de oleoductos estratégicos que le permitan sortear el gran cuello de botella del estrecho.
4. El mundo ya no tiembla igual
Hace no tanto, una amenaza iraní bastaba para desatar el caos en los mercados. Hoy, ni siquiera los peores ataques contra el régimen islámico desde la revolución de 1979 han hecho saltar las alarmas. Como recuerda el columnista Javier Blas en Bloomberg: “Hace unos años, el consenso era que un ataque israelí contra el programa nuclear iraní haría que el petróleo superara el récord histórico de 147 dólares por barril alcanzado a mediados de 2008, e incluso que pudiera llegar a 200, 250 o hasta 300 dólares”. Hoy, con el petróleo por debajo de los 70 dólares, está claro que el mundo es muy diferente.
Parte del cambio se debe a la revolución del shale que ha convertido a Estados Unidos en el mayor productor de petróleo del mundo, pero también es fruto de un reequilibrio global más amplio. Hay más petróleo en circulación, más productores fuera de la OPEP+, más rutas de exportación, más reservas estratégicas y, sobre todo, menos pánico.
CHART OF THE DAY: After a tumultuous trading day, WTI oil has given up **all the gains** since Israel launched its bombing campaign against Iran on June 13th | #OOTT #Iran #IranIsraelConflict pic.twitter.com/rcU4FWf3a3
— Javier Blas (@JavierBlas) June 23, 2025
Pocos dudan de que un cierre del estrecho de Ormuz dispararía el precio del petróleo por encima de los cien dólares y de que la economía global aún es vulnerable a una disrupción prolongada. Pero los tiempos en los que Teherán podía poner al mundo entero contra las cuerdas han quedado atrás.
5. Que viene el lobo
Durante las últimas décadas, Irán ha amenazado en repetidas ocasiones con cerrar Ormuz. Lo hizo durante la guerra contra Irak a principios de los 80, en respuesta a las sanciones occidentales de 2011, tras la retirada de EEUU del acuerdo nuclear en 2018, a raíz del fin de las exenciones que permitían a algunos países importar petróleo iraní en 2019…. Pero nunca ha llegado a hacerlo.
Además de los motivos ya expuestos, es posible que Irán no cuente con capacidad real para cerrarlo. El estrecho, que posee unos 40 kilómetros de anchura en su punto más angosto, no está completamente bajo control iraní. Buena parte de las rutas navegables están en aguas de Omán. Además, el derecho internacional protege el paso de buques civiles, lo que significa que un cierre unilateral sería considerado una agresión militar, con consecuencias jurídicas, políticas y bélicas inmediatas.
Lo que sí tiene Irán es capacidad para hostigar, ralentizar o dificultar el tráfico: puede usar drones, misiles costeros, interferencias electrónicas o secuestros puntuales. Lo ha hecho antes y podría hacerlo de nuevo. Pero mantener un cierre total y sostenido, bajo vigilancia internacional, requeriría capacidades logísticas y militares de las que, hoy por hoy, carece. Por eso, su respuesta al ataque de EEUU fue un lanzamiento de misiles con más decorado que efecto real y por eso ha aceptado, tan pronto como ha podido, el alto al fuego propuesto por Trump.