

Laporta, durante la asamblea / @FCBarcelona_es
Joan Laporta es persona valiente y un ganador nato que nunca da su brazo a torcer. Sin embargo, esta vez ha llegado demasiado lejos. Al margen de que lograra convencer a la Liga y a la Federación y entre mañana y pasado aportara el dinero necesario para la inscripción de Dani Olmo, el daño ya está hecho.
La imagen del Barça ha dado la vuelta al mundo y no precisamente por algo positivo. Por tanto, primero hay que explicar bien lo sucedido, como ya reclama el candidato Víctor Font, que ha sido el primero en mostrar su preocupación, y, luego, asumir responsabilidades. Un hecho de esta magnitud no puede quedar en nada.
Lo sucedido con el fichaje estrella de la temporada es lo más grave que ha sucedido en los cuatro años que Laporta lleva de presidente. En esta ocasión se está jugando con la reputación del club, con el patrimonio de la entidad, con la moral de Hansi Flick y sus jugadores y con la capacidad de fichar en un futuro.
Dicho esto, Laporta no tiene ninguna intención de presentar su dimisión ni de cortar la cabeza a alguno de los suyos, pero, a la vez, no encuentra la solución al desastre de fin de año. Sus palabras ya no convencen a nadie. Su única salida sería persuadir a Javier Tebas, pero LaLiga ya ha dejado muy clara su postura.
Laporta es un resistente nato, pero en esta ocasión el escándalo es de tal trascendencia que su credibilidad y su moral pueden quedar mermadas.
El socio culé anda preocupado, pero con un cierto pasotismo. Solo esa apatía generalizada y la ilusión por el nuevo estadio pueden paralizar una moción de censura. Veremos cómo se suceden los acontecimientos, pero el presidente debe explicarse antes de la rueda de prensa de Flick previa al partido de Copa del Rey. Dejarle este marrón al técnico alemán sería otra falta de respeto.