
Las tensiones geopolíticas en Oriente Próximo —la fórmula sutil para hablar del cruce de misiles entre Irán e Israel— están tomando el relevo a los aranceles como vector clave para la política monetaria. El resumen de su impacto es simple: los precios más altos del petróleo, y, por tanto, de los combustibles, amenazan con empujar al alza la inflación, lo cual refuerza la previsión de que ninguno de los grandes bancos centrales moverá ficha en su próxima reunión: ni la Reserva Federal y el Banco de Inglaterra esta semana, ni el Banco Central Europeo (BCE) el mes que viene.
La escalada bélica en la zona figura desde hace tiempo en la lista de riesgos potenciales que contemplaba el BCE, por lo que no puede decirse que haya sido una sorpresa. Sí supone, en cambio, la materialización de uno de los peores escenarios, porque un encarecimiento de la energía, como se ha visto con la guerra en Ucrania, siempre acaba llegando al consumidor. En EE UU ya le ponen números: la firma ClearView Energy Partners calcula que la gasolina subirá en 20 centavos por galón en las próximas semanas.
A diferencia de lo que ocurría en febrero de 2022, cuando empezó la invasión rusa de Ucrania, ahora el margen es mayor. El inicio del conflicto pilló a EE UU con una inflación por encima del 7%, y a la zona euro con los precios disparándose a un ritmo superior al 5%. Actualmente, ambos bloques rondan el 2%, aunque con expectativas muy distintas: si bien elude cantar victoria, Christine Lagarde, presidenta del BCE, da prácticamente por controlado el fenómeno inflacionista, y ha bajado los tipos del 4% al 2%. Mientras que el presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, todavía percibe amenazas en la volátil política comercial de Donald Trump, y pese a las presiones recurrentes desde la Casa Blanca, no ha dado visos de querer revertir pronto su política de esperar y ver: solo ha recortado tipos un punto, del 5,25-5,50% al 4,25%-4,50%, la última en diciembre.
El choque Israel-Irán ha borrado buena parte de la caída que acumulaba en 2025 el barril de Brent —referencia en Europa—, de doble dígito antes del comienzo de las hostilidades. Este martes se pagaba a 73 dólares, tras subir casi un 12% la semana pasada. Los analistas de JP Morgan e ING incluso avisaron de que podría alcanzar los 120 o 130 dólares en el caso extremo de que se produzcan interrupciones temporales significativas en el tráfico por el estrecho de Ormuz, por donde circula casi la cuarta parte de los barriles que se consumen el mundo.
La tesis dominante, sin embargo, es que la sangre no llegará al río. Así lo cree Gregor Hirt, director global de inversiones de Allianz. “Hasta ahora, ninguna instalación petrolera iraní se ha visto afectada, e incluso si se produjeran nuevos ataques contra los yacimientos de petróleo en Irán, consideramos que la situación sería manejable. Irán exporta únicamente 1,6 millones de barriles al día. La OPEP (principalmente Arabia Saudí) ya ha incrementado su producción, y solo Arabia Saudí dispone de una capacidad adicional de unos tres millones de barriles diarios”, explica. “Los mercados necesitan una mayor escalada en Oriente Próximo para provocar una gran conmoción geopolítica”, coincide Christian Gattiker, director de Investigación de Julius Baer.
Eso no significa que la economía vaya a salir indemne. La congelación de los tipos de interés —el mercado concede ahora menos de un 10% de posibilidades a que el BCE baje el precio del dinero en julio— puede incidir en el comportamiento del euríbor, que no termina de romper la barrera psicológica del 2%, ralentizando el abaratamiento de las hipotecas variables.
La duración de la crisis, clave
Además, tanto la inflación como el crecimiento podrían resentirse por este nuevo golpe a la confianza, ya de por sí debilitada debido a la incertidumbre geopolítica y económica, como señala un análisis de ING. “Los consumidores están ahorrando más y las empresas están retrasando la inversión. Una nueva escalada de las tensiones en Oriente Próximo agravaría ese sentimiento negativo y lastraría el crecimiento. Si esto se prolonga, las perspectivas de la eurozona se tornan más estanflacionarias”, advierten desde el banco holandés. De ese término, la peor pesadilla para la economía, preocupa sobre todo la primera parte. El BCE augura en sus últimas previsiones un crecimiento de solo nueve décimas para este año, pero dibuja un panorama muy positivo para la inflación, en el 2%, justo en el objetivo.
En los mercados financieros, el repunte del crudo provocó inicialmente una revalorización del dólar y caídas en las Bolsas, aunque sin dramatismos, golpeando a las aerolíneas y beneficiando a las petroleras. Pero sus efectos se han ido diluyendo. Chris Iggo, jefe de inversión de AXA IM, apunta que crisis como la desatada entre Israel e Irán suelen ser pasajeras para los inversores, pero ante la conjunción de turbulencias arancelarias y tensiones geopolíticas, espera más volatilidad. “El mercado de renta variable es el que corre mayor riesgo de sufrir una corrección”, opina.
Algunos de los precedentes dan fe de la fugacidad de los incrementos del barril de petróleo por episodios de violencia en Oriente Próximo. El sorpresivo ataque de Hamás sobre Israel en octubre de 2023 y la contundente respuesta del Ejército israelí llevó el precio del barril de Brent por encima de los 90 dólares. Y más recientemente, en abril de 2024, también superó esa barrera después de que Irán atacase por primera vez a Israel en represalia por el bombardeo del consulado de la república islámica en Damasco (Siria) que se cobró la vida de siete mandos militares.