
Siete palabras —“Estados Unidos entra en guerra con Irán”— bastan para resumir lo que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, hizo este sábado por la noche en Washington, madrugada en Teherán: pulverizar más de cuatro décadas de contención en las tensas relaciones de Estados Unidos con Irán. La decisión de bombardear tres instalaciones nucleares estratégicas de la República Islámica —anunciada, como todas las trascendentales, en la red social propiedad del líder republicano, Truth— no solo introduce a Estados Unidos en una era de incertidumbres en el inestable escenario de Oriente Próximo, también marca un punto de no retorno en la relación de Trump con el intervencionismo en el extranjero.
Trump, después de varios días de incertidumbre, decidió atacar, sin la aprobación del Congreso, tres bases nucleares iraníes, incluidas las de Fordo, Natanz, e Isfahan. En su discurso ante la nación, desde la Casa Blanca, el presidente de Estados Unidos calificó el ataque de “espectacular éxito militar” y aseguró que las instalaciones habían sido destruidas.
El presidente hizo de su negativa a emprender aventuras bélicas en el exterior uno de los principales argumentos de su campaña, promesa que acaba de incumplir de la manera más espectacular posible. El gesto abona el terreno para un cisma en el movimiento MAGA (Make America Great Again), que si bien ha probado sobradamente su cintura para adaptarse a los cambios de idea de su líder, tiene tradicionalmente en el aislacionismo geopolítico una de sus líneas rojas.
En otra prueba de la larga lista de sus contradicciones, Trump —quien en su toma de posesión en enero dijo: “Mediremos nuestro éxito no solo por las batallas que ganemos, sino también por las guerras que terminemos y, quizás lo más importante, por las guerras en las que nunca nos involucremos”— parece haber primado este sábado su fascinación por las demostraciones militares de fuerza sobre la idea de no crear problemas fuera y concentrarse primero en Estados Unidos (según su lema America First). O tal vez haya que atribuir el éxito a la capacidad de influir en el voluble Trump del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, que lanzó unilateralmente un ataque contra las capacidades de enriquecimiento de uranio de Irán el pasado 13 de junio. Este sábado, Netanyahu dijo que “la historia recordará al presidente Trump” como alguien que “actuó para negar el régimen más peligroso del mundo, el arma más peligrosa del mundo”.
Sea como sea, la decisión del presidente estadounidense, criticada en los últimos días por algunas de las principales figuras del mundo MAGA —del ideólogo nacionalpopulista Steve Bannon al locutor ultra Tucker Carlson— fue puesta en cuestión nada más conocerse los ataques por algunos miembros del Partido Republicano en el Congreso. “[La orden de atacar a Irán] es inconstitucional”, escribió Thomas Massie, representante por Kentucky, que criticó, junto a otras destacadas figuras demócratas, que el presidente estadounidense no buscara la aprobación previa del Capitolio.
Aunque la tónica general entre los congresistas republicanos fue el cierre de filas. Muchos celebraron la intervención en Irán, dando por buenas posturas de la facción neoconservadora del partido, una tribu de la que Trump ha hecho desde su irrupción en política uno de los blancos predilectos de sus ataques.
Este sábado cumplió, después de todo, una de las viejas aspiraciones de esos halcones: bombardear Irán. Es tentador imaginar qué habría dicho de este giro de guion el senador John McCain, que en la campaña presidencial que lo enfrentó en 2007 a Obama se buscó un problema al sugerir, cuando alteró la letra del clásico de The Beach Boys Barbara Ann, un ataque sobre Irán (“Bomb, bomb, bomb, bomb, bombIran”).
También para los que en Washington no son tan viejos como para acordarse de aquello (o incluso de que Trump sacó al país del acuerdo con Teherán alcanzado por su primer predecesor, Barack Obama), de fondo resuena el eco de una convicción que ha ido tomando forma en la capital, impulsada por políticos, analistas y periodistas. Según esa teoría, un cambio en el régimen de los ayatolás. Debilitados después de casi dos años de brutal ofensiva de Israel en Gaza, que se ha llevado por delante a algunos de los principales aliados de Teherán en la región, de Hezbolá en el Líbano, al régimen caído de Siria, el cambio podría estar más cerca que nunca. Los defensores del ataque llevan semanas vendiendo la idea de que la oportunidad de la ofensiva de Israel contra Teherán, lanzada unilateralmente el 12 de junio, no podía desaprovecharse.
Una de las voces más críticas del trumpismo contra el intervencionismo de Administraciones pasada, el vicepresidente, J. D. Vance, compareció a la derecha del líder estadounidense cuando este se dirigió a la nación en un discurso breve y contundente desde el salón oriental de la Casa Blanca. Al otro lado, estaban Pere Hegseth, secretario de Defensa, y Marco Rubio, secretario de Estado. Trump argumentó que la operación militar, a la que dedicó sus habituales hipérboles (“espectacular”, “brillante“) no era el principio una campaña militar, sino “el final”, salvo si Irán, “el matón de Oriente Próximo”, se aviene a acabar con sus ansias nucleares. O la paz o la catástrofe, advirtió Trump al régimen de Teherán.
No estuvo claro en la noche del sábado en Washington qué sucederá en las próximas 48 decisivas horas en el avispero al que Trump decidió dar una patada. ¿Escalará Irán el conflicto tras un ataque que no ha provocado? ¿O se sentará a la mesa de negociación con un nuevo talante con los enviados de Estados Unidos? ¿Acaso este solsticio de verano será recordado como el inicio de otra catástrofe en Oriente Próximo para un país que aún no ha olvidado las imágenes de sus soldados volviendo en el interior de ataúdes del frente lejano de Irak?