
El Atlético ha sido el primero de los doce participantes europeos en caer del Mundial de Clubes. No lo esperábamos, por su nivel como club y como equipo y por momentos en los que ha dado la talla. Llegó a liderar LaLiga ya entrada la segunda vuelta, en el primer tramo de la Champions quedó en el grupo alto, salvando la eliminatoria de febrero, y si cayó en octavos de final ante el Madrid fue por un quíteme usted ese resbalón. La idea general fue que el equipo tiene calado, pero le faltó motor. Careció de esa constancia que exige LaLiga para no ir regalando puntos a equipos de la segunda mitad de la tabla, como le pasó.
También le faltaban otras cosas, y están detectadas. Sobre todo, banda izquierda, un central más y otro medio centro. Pero, con todo y eso, cabía esperar más de este Atlético en un torneo corto en el que sólo unos pocos son realmente mejores que él. Pero llegó poco mentalizado y le vapuleó el PSG, que al perder después con el Botafogo le acabó de estrangular. Simeone lleva años forjando al Atlético en una dinámica de victorias cortas, y ese pretendido acelerón para ganar por tres o más al Botafogo era cosa muy a contraestilo. Nunca vimos a los brasileños pasar fuertes agobios. El portero vivió un partido más bien cómodo.
Simeone necesitaba, más que nadie, llegar al menos hasta cuartos. Su desliz este año al decir que su equipo miraba más hacia abajo que hacia arriba para mantener el puesto Champions sentó muy mal en una afición que ama el riesgo y la aventura, que odia la rutina del ‘virgencita, que me quede como estoy’. El Mundial ilusionó, sólo estar ahí ya prestigiaba, pero ir para caer a la primera ha tenido el efecto contrario. Un hincha atlético me expresaba ayer su descontento comentándome que lo recaudado por el Atlético apenas paga el sueldo de Simeone. No le llevo las cuentas, pero esa crítica me sonó a estado general de opinión.
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