
La saga cinematográfica de Misión: Imposible protagonizada por Tom Cruise culmina su recorrido con Sentencia final, una superproducción que retoma las peripecias del agente Ethan Hunt allí donde quedaron en la anterior Sentencia mortal. Parte 1 (2023), de nuevo con Christopher McQuarrie en la dirección y el guion.
Cruise vuelve a jugarse el pellejo en grandiosas escenas de acción que emplean el más difícil todavía como motor, mientras a su alrededor ganan protagonismo los personajes de Simon Pegg, Hayley Atwell, Pom Klementieff y Ving Rhames haciendo frente a la amenaza imparable de la IA conocida como La Entidad y Gabriel (Esai Morales), su esbirro ahora renegado.
Crítica de ‘Misión imposible: Sentencia final’
La cara de Tom Cruise en primer plano, magullada y con cicatrices. Un retrato en contrastado blanco y negro del héroe herido es todo lo que necesitó Misión: Imposible – Sentencia final para promocionar la octava (¿y última?) entrega de la saga, anticipando su motivo visual dominante, insólito para una película de acción: los rostros de sus personajes, afligidos por un intenso dramatismo y largas secuencias expositivas destinadas a construir la anticipación in crescendo de dos bombásticas set pieces de acción.
Majestuosas y vibrantes, pero llamativamente escasas para la película más larga de la franquicia, cuyos 170 minutos de metraje concentran todas las tracas de espectacularidad en el último tercio mientras se dedica el resto a tejer innecesarios lazos argumentales e inexplicables conexiones de personajes con el legado previo a la llegada de Christopher McQuarrie para tomar las riendas creativas de una saga que nunca se había mostrado tan deudora del bagaje anterior.
Ocho películas y 29 años después, la mimetización de Tom Cruise con su personaje Ethan Hunt en la saga Misión: Imposible está más que completa a ojos del público y puede que hasta de él mismo. Ningún otro actor (y productor) se ha tomado de una manera tan clara como gesta personal preservar el cine de gran espectáculo y su experiencia en salas, reivindicando una singularidad imposible de igualar en otros formatos.
Por eso deja regusto amargo que la pretendida conclusión que llega con Sentencia final padezca males característicos de la serialidad televisiva (medio en el que Misión: Imposible comenzó su andadura en la década de los sesenta; no puede haber mayor vuelta a los orígenes), incluido un montaje resumen de la entrega anterior e insertos constantes de otras, que suponen un lastre para la innovación o crear una historia que se sostenga por sí misma.
Para empezar, Sentencia final es una continuación directa de la anterior Sentencia mortal (2023) que, por mucho que haya perdido la Parte 1 del título y tuviera un tono mucho menos solemne, puede ser vista como prólogo de presentación para la inabarcable amenaza a la que se enfrentan Ethan Hunt y su equipo: una Inteligencia Artificial ubicua y casi omnipotente a la que hay quien se refiere directamente como anti-Dios para dejar clara la dimensión trascendental de lo que está en juego.
No importa si no viste la película anterior, porque esta comienza con un montaje resumen e incluye numerosos subrayados en forma de flashback que llegan hasta a buscar justificación para macguffins del pasado que no necesitaban explicación alguna. Porque si algo le gusta a Sentencia final es explicar cosas que no lo necesitan; y que muchas veces la propia narración demuestra innecesarias (esto sucede de forma brillante con el funcionamiento de una complicada cámara de descompresión).
El desfile de rostros parlantes da vía libre a McQuarrie para jugar con la composición y angulaciones, a la vez que traza un discurso que puede aplicarse a la cruzada antimanipulación digital de Misión: Imposible tanto dentro de la ficción como fuera (la constante puesta en valor del esfuerzo físico y tecnológico para hacer realistas sus escenas de acción imposible). Si el máximo enemigo posible de la humanidad es una todopoderosa IA sin rostro, un batiburrillo de bits en una interfaz de salvapantallas, la salvación pasa por exaltar la cara que humaniza al héroe. Acercarlo para que reconozcamos a un igual en él.
Mientras Tom Cruise/Ethan Hunt mantiene una conversación con la maligna Entidad solo vemos sus ojos, durante una larga secuencia submarina (y de admirable tensión ralentizada por los movimientos subacuáticos) su rostro está cómicamente agrandado por el efecto óptico de un casco de buzo, la velocidad del clímax aéreo le deforma las facciones… Hay una coherencia discursiva latiendo bajito a pesar de la elefantiásica producción y los retoques sobre la idea inicial en dos partes que dejan costuras notables, por mucho que el trabajo de Eddie Hamilton en el montaje haga maravillas, sobre todo en las luchas cuerpo a cuerpo.
Sin reparos posibles que poner en el terreno de la acción (siempre alambicados juegos de verticalidad y horizontalidad con trabas que surgen de elementos del terreno) es una lástima que, con ingredientes y talento más que necesarios para despedir por todo lo alto a un icono del cine reciente, el adiós se haya dedicado más a recordar su magnitud que a engrandecerla.