
La propuesta de Donald Trump de “reubicar” a todos los palestinos que quieran marcharse de Gaza con la idea de reconstruir la Franja y convertirla en un destino turístico ha abierto un debate en la sociedad civil israelí que habría sido impensable hace treinta años. El plan no solo implicaría la anexión de Gaza por parte de Israel y la rescisión de su autonomía, sino que luego su soberanía sería compartida con los Estados Unidos. La intención es terminar de destruirlo todo para comenzar un proceso de renovación desde cero que duraría años.
Todo ello va en contra del espíritu de las sucesivas cumbres de Madrid y Oslo en los años noventa que dieron paso a una Autoridad Nacional Palestina controlada por Yaser Arafat y su partido-milicia Fatah. Aunque la mayoría de la sociedad civil israelí se ha mostrado todo este tiempo en contra de una solución de dos estados, sólo los partidos más radicales de ultraderecha habían abogado por tomar el control de nuevo de la Franja. De hecho, a mediados de los noventa, los partidos que abogaban por el desplazamiento de los palestinos para sustituir sus casas por asentamientos judíos fueron ilegalizados por el gobierno de Tel Aviv.
Tres décadas después, la idea de que los palestinos salgan “de forma permanente” de Gaza, aunque se permita su posterior vuelta en el mejor de los casos -Trump insiste en que se les ubicaría en unos lugares tan maravillosos que nunca querrían volver a sus hogares- no sólo es abrazada por los partidos ultraortodoxos, sino por el propio primer ministro, Benjamin Netanyahu, casi todo su gobierno y una amplísima mayoría de la población civil, según el sondeo del Instituto de Políticas del Pueblo Judío, que cifra ese apoyo en el 82%.
Aunque hay que coger con pinzas este tipo de encuestas exprés, lo cierto es que el tabú ha dejado de ser tal. Itamar Ben Gvir, exministro de seguridad del Gobierno israelí y uno de los líderes de la coalición Sionismo Religioso, celebró en sus redes sociales la propuesta de Trump parafraseando a Humphrey Bogart en Casablanca: “Donald, esto puede ser el principio de una bonita amistad”. Por su parte, Netanyahu, felicitó a Trump por “pensar de forma innovadora” y ha puesto inmediatamente en alerta a las FDI para que faciliten la salida de la Franja de cualquier palestino que lo desee.
Estupor en la comunidad internacional
Todo esto pese a que el plan de Trump es algo más que poco realista. En rigor, no tiene ni pies ni cabeza y cuenta con el rechazo de la comunidad internacional en pleno. De entrada, aunque se matice que la deportación sería voluntaria, la reubicación de un pueblo derrotado en una guerra y la apropiación de su tierra va en contra de cualquier tratado internacional. Si se trata de una “limpieza étnica”, como se insiste desde el mundo árabe y buena parte de Europa o no, ya lo tendrían que decidir las cortes internacionales.
El problema no es solo de fondo, sino de forma: Trump asegura que la reconstrucción la van a pagar Egipto, Jordania y el resto de los países árabes. Se parece a cuando dijo que México iba a pagar el muro contra la inmigración que iba a construir en la frontera sur.
Obviamente, Arabia Saudí ya ha dicho que rechaza cualquier solución para la zona que no pase por la creación de un estado palestino -esa siempre ha sido su postura y es el requisito que mantiene para cualquier “normalización” de relaciones con Israel-, los emiratos se han pronunciado en términos parecidos y el enfado en Jordania y Egipto es colosal.
Ambos países han insistido en la incapacidad de absorber a dos millones y medio de refugiados en su territorio. Las experiencias de 1948 y 1967 fueron catastróficas y ni el rey Abdulá II ni el presidente egipcio Abdelfatah El-Sisi están dispuestos a algo parecido. De hecho, hay que recordar que buena parte de los problemas humanitarios que han sufrido los gazatíes, especialmente al inicio de la guerra, tienen su origen en la negativa de Egipto a abrir el paso de Rafah, que mantuvo cerrado a cal y canto y que aún ahora abre con muchísimas restricciones, precisamente para evitar la entrada de más refugiados de los que puede acoger.
No solo eso: Irlanda y España, dos de los países señalados por la administración Trump como posible destino de esa diáspora palestina, han hecho público su rechazo a colaborar con el líder estadounidense. En otras palabras, ni hay inversores ni hay lugares donde mandar a los palestinos ni hay leyes que avalen una decisión así. De hecho, Egipto ya ha hecho saber a la Casa Blanca por canales privados que, de consumarse la deportación masiva, consideraría rotos los acuerdos de Camp David de 1978, el gran hito de la diplomacia estadounidense en Oriente Próximo, fruto del esfuerzo del recientemente fallecido Jimmy Carter.
El extremismo se vuelve central
Tampoco se acaba de entender bien cómo va a imponer la paz en la región Estados Unidos sin enviar tropas. Los grupos terroristas patrocinados por Irán seguirán atentando en la región, con más motivo incluso que en el pasado. Hablar de una “Riviera árabe” en una zona que lleva más de un siglo golpeada por la violencia suena completamente fuera de la realidad. La poca precisión de los detalles en una cuestión tan seria invita a pensar que Trump y Netanyahu, tal vez, no se estén tomando en serio la propuesta, sino que esta sea un señuelo para convencer a los países árabes de que acepten una solución intermedia aunque no encaje al cien por cien con sus pretensiones.
En cualquier caso, el daño dentro de Israel ya está hecho. El país ha vuelto a posiciones propias del sionismo más radical, algo que no se veía desde los tiempos de Meir Kahane. Ben Gvir, que siempre se ha considerado a sí mismo un heredero político de Kahane, fue condenado en 2007 por portar carteles en una manifestación que decían: “Expulsad al enemigo árabe” y “Los legisladores árabes son una quinta columna”. Ahora, es un político clave en el gobierno del país sin haberse movido un centímetro de sus posiciones políticas.
Ese pensamiento, por tanto, ya no se considera extremista, sino que se ha convertido en vehicular. La masacre del 7 de octubre de 2023 ha exacerbado un sentimiento antiárabe que, por supuesto, ya existía antes. De lo contrario, ni Ben Gvir ni Bezalel Smotrich habrían tenido votos suficientes para resultar decisivos en la formación de gobierno y en las decisiones que dicho gobierno ha ido tomando desde entonces, saboteando todo intento de alto el fuego en la Franja pese a la insistencia de la administración Biden.
Trump y sus acólitos insisten en que ya se ha probado de todo sin éxito, así que hay que cambiar el marco de pensamiento. Este jueves, incluso Steve Bannon, poco amigo de las aventuras estadounidenses fuera de sus fronteras, respaldaba al presidente en ese sentido: al menos, había propuesto algo nuevo, afirmaba en entrevista con el Wall Street Journal. Nuevo, irrealizable y divisorio, habría que matizar. Una marca distintiva del empresario multimillonario en prácticamente todo lo que hace.